La niña que había desaparecido el lunes, fue hallada con vida en compañía de su captor, quien la llevaba en bicicleta en la zona de Luján. Ahora los peritos tratan de determinar si el hombre le causó algún daño y las justicia de menores, resolverá sobre su futuro.
Sin dudas la noticia fue un alivio y una alegría para todos, pero pasado el momento de la emoción, las fotografías tratando de adjudicarse el éxito en la gestión de búsqueda e incluso la revisión médica de rigor, ahora es el momento de pensar en cómo será el mañana de esta niña de 7 años que por tres días tuvo en vilo al país.
Aquí no hay lugar para hipocresías. En esas horas hemos conocido la realidad de una niña, que lamentablemente es la de muchos pequeños argentinos, que viven bajo un toldo de telas y plártico, en situación de calle, a cargo de mayores que no pueden cuidarse a sí mismos y expuestos a que otros adultos puedan provocarles daño.
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Hay muchos detalles del caso de Maia que aún no se conocen, por eso y para reflexionar, simplemente hagamos foco en todas estas condiciones que pusieron a esta niña pequeña en grave riesgo, condiciones que mañana, cuando las cámaras de la televisión enfoquen para otro lado y los títulos de los diarios ya no se ocupen de ella, deberán cambiar.
Más allá de lo importante de haber recuperado a la niña “sana y salva”, en la calle, junto a su captor, ahora es menester seguir la discusión sobre cómo cambiar la situación de los cientos de niños que no sólo en Buenos Aires donde Dios atiende, sino en muchos parajes alejados y sin tanta probabilidad de hacer mediáticos sus casos, atraviesan.
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Sería muy fácil mirar para otro lado, la nena seguramente quedará en manos de un juzgado de menores que definirá quién se hará responsable de su educación y crianza.
Pero hay cientos, miles de “Maias “ a las que estamos a tiempo de salvar.
Desde los organismos de derechos humanos, pasando por la justicia y llegando a cada uno de los que ocupan un puesto de poder en los distintos estamentos del Estado, la vulnerabilidad de niños y niñas como Maia debería conmoverlos y al menos movilizarlos para hacer algo que cambie su realidad.
Seríamos muy hipócritas, si sólo nos rasgáramos las vestiduras en redes sociales con mensajes pidiendo la aparición con vida de un menor desaparecido y después, cuando lo encuentran, no hacemos nada para sacarlo de la condición de peligro. Ahora sería bueno y hasta coherente que con el mismo énfasis reclamemos que no haya más niños sólos en las calles, con hambre, sin vivienda y a la deriva. Y no sólo reclamarlo, sino hacer algo, cada uno desde su lugar para cambiar esa realidad.
Por Maia, pero también por muchos otros como Maxi Sosa en nuestra provincia, que no corrieron la misma suerte que ella, porque la búsqueda se desvaneció, la justicia no dio respuestas y hoy 5 años después de su desaparición muy pocos lo recuerdan.