Para la vuelta a la presencialidad, se ha diagramado un sistema, donde los grupos de alumnos han sido divididos en dos o tres burbujas que se alternan en la asistencia a la escuela. Pero si fuera del horario escolar los integrantes de las burbujas se mezclan, la estrategia no funciona.
Esta alternativa que permitió el regreso de alumnos y docentes a las escuelas luego de un año de virtualidad, no es infalible.
Y para que funciones tal como se la diseñó, es necesario el compromiso de todos los actores. No sólo el compromiso, sino la comprensión de cómo es el funcionamiento en el contexto de una comunidad educativa que está formada por directivos, docentes, personal no docente, asistentes escolares, alumnos y familias.
Y si bien el sistema de burbujas involucra a los alumnos, la aplicación no termina allí.
Para lograr que la semi-presencialidad se sostenga, más aún con el avance de la segunda ola de contagios, es necesario acotar las actividades extraescolares, donde producen los cruces y se “mezclan” integrantes de distintas burbujas. Cumpleaños, pijamadas, fiestas clandestinas en el caso de los adolescentes. Actividades que no guardan los cuidados de la aplicación de un protocolo.
Es cierto, suena muy odioso, pero es ahora el momento de ponerlo en práctica. Ya conocimos otra forma de cuidarnos y es con un cierre total de actividades, lo que produce serios daños colaterales, especialmente a la economía y a la salud mental de las personas, particularmente los más chicos.
Para no volver a ese punto, es necesario poner a prueba los protocolos, aplicándolos correctamente, intentando comprender los alcances de cada medida.
Seguramente no será para siempre, será por un tiempo, más o menos extenso, según nuestro propio compromiso.
Para que esto funcione es necesario aplicar entre todos las medidas sugeridas por los especialistas. Y en el caso de los niños, recordar que las burbujas no son mágicas.