Una serie de acontecimientos que sucedieron en momentos de restricciones, plantean la necesidad de trabajar no sólo en medidas que acoten el desplazamiento de las personas y la aplicación de protocolos en las escuelas, el trabajo o el supermercado.
No importa los motivos más o menos fundados, las agrupaciones de gente en la vía pública o en lugares cerrados está altamente desaconsejada, más aún en esta etapa de altos contagios, escaséz de camas de terapia intensiva e insumos indispensables para el tratamiento de los enfermos de Covid, como el oxígeno y ni hablar del agotamiento del personal tratante.
Todo esto que no es poco, a pesar de estar resumido en un párrafo, debiera ser suficiente para que la gente comprenda que este no es el momento. Como no fue el momento de despedir masivamente al mayor ídolo deportivo del país o a un funcionario nacional que murió repentinamente. Tampoco es el momento de realizar manifestaciones multitudinarias cualquiera sea el reclamo social.
Ayer, mientras se discutía el aumento del salario mínimo vital y móvil en el Ministerio de Trabajo de la Nación, un importante grupo de personas salieron a las calles de la Capital Federal. Se los podía ver amontonados, sin respetar el distanciamiento aconsejado para evitar los contagios de Covid y algunos de ellos sin barbijo.
Sorprende que las autoridades de todos los niveles del gobierno, que están tan preocupadas por el avance del virus, la escasés de recursos y que trabajan para diagramar más medidas restrictivas, no puedan establecer límites para este tipo de acciones.
Muchos de los que hace un año vienen tomando nota de las recomendaciones y respetando lo que establecen los decretos presidenciales, aún afectados en su economía y hasta su salud mental, interpretan estas movilizaciones como una provocación.
Más allá de los motivos que las provocan es difícil entender que mientras suceden, los que pueden tomar algún tipo de medidas, miren para otro lado, esperando que finalicen.
En Santa Fe estos días nos escandalizamos por la celebración de la recibida de una médica en un barrio privado o una fiesta de cumpleaños clandestina en otro, con participantes vip, entre ellos un funcionario provincial de segunda línea que debió renunciar a su cargo.
Y está bien, lo que hicieron no es correcto y no corresponde a quien termina de cursar la carrera de medicina y mañana tal vez deba estar en la trinchera de la lucha contra el Covid en un hospital o un sanatorio. Tampoco a un funcionario provincial, cuando el resto del gabinete es el que tiene que establecer las medidas restrictivas para cuidarnos a todos.
Es difícil justificar la incoherencia, tanto para los funcionarios como para los ciudadanos irresponsables. Pero es necesario medir con la misma vara y más aún en medio de una pandemia.