Si el cerebro es el objeto más enigmático del universo, nuestro sistema digestivo quizá ocupe el segundo lugar. Y detrás de este misterio está uno de los problemas sanitarios más importantes de nuestra civilización: la obesidad.
¿Por qué comemos lo que comemos? ¿Cómo procesa los alimentos nuestro sistema digestivo y por qué hay diferencias entre personas? ¿Cuánto tienen que ver los genes y nuestro microbioma? Y la pregunta final: ¿por qué las dietas no funcionan?
La solución para bajar de peso parece ser gastar más energía de la que comemos. En ese balance, realizar ejercicio parece la mitad de la solución. Pero no es así. Mucha evidencia científica indica que hacer gimnasia no ayuda mucho a adelgazar, aunque sí tiene muchos beneficios para nuestra salud, además de permitirnos mantener el peso.
Un paso necesario es saber cuánta energía necesita nuestro organismo para funcionar sin subir de peso. Aunque varía de persona a persona, el consenso general es que un hombre necesita 2.500 kilocalorías y una mujer, 2.000 kilocalorías.Un exceso de entre 50 y 100 kilocalorías al día (una o dos galletas) puede llevar a una ganancia de peso de entre uno y tres kilos en un año, o 10 a 30 kilos en una década. Eso explica por qué un 13 por ciento de los adultos del mundo eran obesos en 2014.
La cantidad de alimento que comemos resulta mucho más importante a la hora de bajar de peso. Si pensamos que los hidratos y las proteínas dan cuatro kilocalorías por gramo y los lípidos 9 kilocalorías, entonces se podría pensar que sólo se trata de sumar y restar calorías.
Pero resulta que el tipo de alimentos, sus propiedades físicas y su composición también importan. Por ejemplo, sólo podemos obtener dos tercios de las calorías de unas almendras, pero logramos extraer todas las calorías que hay en una crema de almendras.
Es decir, que comamos alimento por un equivalente a 300 kilocalorías no significa realmente que hayamos consumido esa cantidad exacta de energía.
También es muy importante entender cómo nuestro organismo gasta esa energía. El índice glucémico, el efecto térmico de digerir los alimentos y otros aspectos fisiológicos influyen en la eficiencia que tiene nuestro organismo para procesar los alimentos. Este metabolismo basal es el que heredamos con nuestros genes.
Pero además del genoma, cada individuo también tiene un microbioma particular, esto es, una población de millones de microorganismos que colonizaron nuestro estómago y ayudan a digerir los alimentos. Resulta tan importante que algunos científicos dicen que es el órgano más importante del sistema digestivo.