Intuitivo y genial, fue apodado La Voz, pero demostró talento también como actor. Un grande, aún con claroscuros.
Tenía un mote que lo decía todo: La Voz. Con su garganta privilegiada, un carisma (y sus bondades físicas) incuestionables y, además, con gran talento tanto para la actuación como para las relaciones personales aun con gente peligrosa, Frank Sinatra se convirtió en una verdadera leyenda contemporánea del arte. Hoy el mundo lo recuerda, a 20 años de su fallecimiento, en West Hollywood (California, EE. UU.), a los 82 años, de un ataque cardíaco.
Sinatra había nacido un 12 de diciembre de 1915 en Nueva Jersey y muy pronto desarrolló dos facetas de su personalidad que lo harían célebre: por un lado, su carácter fanfarrón. Por el otro, su capacidad para usar su voz como pocos, que empezó a mostrarse cuando él tenía apenas 10 años y se ponía en la pianola de un bar cercano a su casa a cantar. Se empeñó por ese camino de la música, con su talento intuitivo no exento de genio y en 1940 alcanzó el tope de las listas de ventas, con “I’ll never smile again”.
Pronto llamó la atención de los estudios de cine. Sinatra se animó y demostró que no se le daba mal el asunto: ponía mucho de su vida en sus papeles y por eso, quizá, consiguió sin formación actoral actuaciones memorables, como la de “De aquí a la eternidad”.
Su fama y talento como cantante (ganador de innumerables premios) consiguieron opacar aspectos oscuros de su vida, como su relación con la mafia. Imposible no recordarlo como otra cosa que La Voz. La que aún consigue emocionar.