Dos mujeres entrerrianas y aventureras emprendieron esta gran travesía. El auto es modelo 1971.
Una verdadera aventura unió a dos entrerrianas que, para salir un poco de la rutina, decidieron recorrer el país a bordo de un Citroën de 1971. Luisina Zitelli y Adriana Bruselario unieron La Quiaca con Ushuaia, en un viaje centrado en la inclusión y en la enseñanza. Bruselario coordinaba un taller de percusión en una biblioteca de Paraná y estaba cansada de andar con los tambores a cuestas, por lo que decidió comprarse un Citroën 3CV para transportarlos.
Sin embargo, se topó con la noticia de que unas aventureras habían emprendido un extenso viaje en un vehículo parecido, por lo que surgió la idea de imitarlas. Casi sin buscarlo, Luisina Zitelli, una diseñadora gráfica de la misma localidad, se sumó a la aventura. El entusiasmo las apoderó y juntas diseñaron un proyecto para lanzarse al camino: Cultura Anfibia.
“Al principio no sabíamos muy bien por dónde iríamos. Fuimos a Córdoba, cruzamos a La Rioja y al llegar a La Quiaca dijimos: Ya que estamos acá tenemos que llegar hasta Ushuaia”, contó Adriana, de 34 años. Salieron a la ruta en marzo del año pasado dispuestas a conocer gente y a brindar talleres de elaboración de papel reciclado, encuadernación y diseño editorial, para intercambiar saberes y generar ingresos para solventar la experiencia.
“Nos sorprendieron los paisajes que tiene nuestro país, la diversidad cultural y lo bien que nos recibía la gente. Estamos muy felices”, contó la viajera. Al auto lo bautizaron Kururú, que significa “sapo” en guaraní. “Tenemos un mecánico muy bueno en Paraná, que nos dijo que si lo tratábamos bien y andábamos despacio, el auto iba a llegar“, contó. Y así fue.
“Hay muchos citroneros en Argentina y cada vez que escuchábamos un ruidito los convocábamos por internet. Nos ayudaron mucho. No tuvimos ningún problema grave”, agregó Adriana, quien sostuvo que “el auto despierta cariño y nostalgia, es simpático”.
Entre las numerosas aventuras, las viajeras recuerdan una en particular: “Habíamos hecho muchos kilómetros y llegamos a la tardecita a una ruta de ripio, que une Mendoza con Neuquén, en Lago Malargüe. Había estado lloviendo mucho y el camino estaba detonado. No se podía pasar: o volvíamos o acampábamos. Dijimos: ¡El Kururu tiene que pasar! Tomamos coraje y pasamos. La gente vitoreaba: ¡Kururú! ¡Kururú!”.
Ahora están en Sierra de la Ventana, desde donde partirán a Santa Fe para, finalmente, volver a casa.