Comenzó a bosquejarse en la Hungría natal de Ladislao Biró, pero fue en nuestro país donde concretó su idea y montó la primera fábrica de bolígrafos
Pocos son los lugares en el mundo en los que no se conoce el bolígrafo, un método de escritura que no mancha ni se borra. Y a 70 años de la primera fábrica del mundo de “biromes”, como las llamó su fundador, Ladislao Biró, su legado todavía mueve el mundo.
Aunque la creación del bolígrafo comenzó en la Hungría natal de Biró, en 1938, no fue hasta que llegó a Buenos Aires, en 1940, que comenzó a fabricar en serie su gran invento.
Su hija Mariana todavía recuerda el taller al que acudía, a veces sola, a veces con sus amigos, para observar cómo su padre perfeccionaba ese aparato que cambiaría la manera de escribir la historia.
“Mi primer trabajo pagado de mi vida fue en esa época. Me traían bolígrafos y yo tenía que probarlos. Me pagaban 50 centavos la hora que trabajaba”, recuerda Mariana.
La birome, como se la conoce popularmente en Argentina, fue la unión del apellido de Biró con el de su compatriota y amigo Juan J. Meyne, quienes llegaron a nuestro país después de ser invitados por el entonces presidente argentino Agustín P. Justo tras un “encuentro fortuito” en Europa, recuerda su hija.
“Mi padre quería que todo el mundo lo tuviera. Lo llamaba el invento democrático”, explica Mariana y, para ello, llegó incluso a inventar una máquina con la que fabricarlo en serie.
Frente a las disputas que hay entre Europa y América sobre quién debe reclamarlo, Mariana es clara: “para mí el bolígrafo tiene una partida de nacimiento húngara y pasaporte argentino”.
Durante su vida, Biró inventó además una máquina automática de lavar ropa, la caja de cambios automática, un perfumero, una cerradura inviolable, e incluso desarrolló el principio del sistema electromagnético que se aplicaría en el tren bala japonés medio siglo después.